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Para bordar no hay edad, ni hora y mucho menos día, lo que hay es pasión y orgullo, coinciden Rosalinda Alonso Toledo e Isabel Rodríguez Matus, artesanas zapotecas de Unión Hidalgo Oaxaca, que llevan casi medio siglo bordando enaguas y huipiles.
Por Diana Manzo
Sentadas en un corredor donde el viento sopla quedito, las artesanas bordan un lienzo de tela de terciopelo que simula ser un jardín de flores multicolor con hilos de seda y aguja chica.
El bordado de agua chica es una técnica que va en decadencia en esta comunidad zapoteca, ya no es muy común y son unas 20 artesanas las que todavía conservan esta tradición que aprendieron de sus abuelas, tías y madres.
“Bordamos porque es un orgullo”, afirman con una sonrisa mientras sus manos se mueven cubriendo de hilo las flores y las hojas dibujadas en el lienzo que formará parte del traje tradicional que usará una de sus clientas.
Rosalinda tiene 52 años y aprendió a bordar a los 12 años, es madre de cuatro hijos y durante muchos años combinó el arte con su profesión de secretaria administrativa en una preparatoria.
Hace un par de años emprendió un negocio donde oferta enaguas y huipiles al que nombró “Ropa típica Na Linda”; sin embargo, su pasión es bordar trajes de flores grandes.
Isabel Rodríguez Matus tiene 59 años de edad y es madre de dos hijos, una mujer y un hombre. Es maestra jubilada, pero bordar es su mayor pasión.
“Solita aprendí a los 7 años de edad y me gustó, he bordado los trajes de mi hija en su primer año, a los 3 y 5 años, también a los 10 y 15 años, y no me canso, lo que afecta es la vista, pero es normal, me siento muy feliz de ser artesana”, dijo Isabel.
Rosalinda confiesa que hace 20 años enviudó y con el bordado sacó adelante a sus hijos, hoy ya tres profesionistas y trabajan en lo que les gusta.
“Me siendo muy satisfecha, yo aprendí a los 12 años con una tía que me enseñó. Bordar debe gustarte, es una pasión, es una técnica no difícil, pero si no te gusta, no aprendes”, puntualizó.
Bordar para seguir conservando la tradición
El traje regional es una prenda o vestimenta típica conformada por enagua y huipil que distingue y da identidad a las mujeres istmeñas. Las muxes, como se les llama a integrantes de la diversidad sexual, también lo usan en las festividades típicas y tradicionales como bodas, bautizos y velas.
Se dice que es identidad porque las mujeres lo usan cuando cumplen 1 año de edad, a los 15 años, cuando se casan y cuando mueren, por eso es orgullo.
El traje típico tiene una variedad; sin embargo, la de la agua chica es la más valorada porque se elabora 100 por ciento a mano, y es una obra de arte, pues cada bordadora coloca los colores conforme a la tonalidad, que lo hace ver único.
Elaborar un traje típico requiere de mucho tiempo, en ocasiones puede demorarse hasta tres meses y otras veces en una semana o diez días, y su costo es alto, pues todo es a mano y con los cuidados en tonalidad y textura.
Rosalinda e Isabel reconocen que bordar en colectivo es lo mejor, porque se avanza mucho más rápido, pero también sirve para afianzar la técnica.
“Acá dejamos nuestros sueños, nuestra vida, acá no hay descanso, lo que celebramos es hacerlo en colectivo, porque lo logramos y acabamos más rápido, y así tenemos trabajo durante todo el año.
No a los trajes chinos porque sustituyen la labor de las artesanas
Un traje regional bordado a mano oscila entre 35 y 40 mil pesos y la mayoría de las mujeres lo adquiere haciendo pagos parciales por su costo alto.
Ante ello, recientemente aparecieron enaguas y huipiles, así como vestidos elaborados con máquina industrializada, se dice que la maquinaria viene de China y cada prenda oscila entre 3,000 a 4,000 mil pesos.
Rosalinda confiesa que para ella no es competencia este tipo de prendas elaboradas con máquina industrial; sin embargo, otras mujeres, promotoras culturales y defensoras del arte textil, afirman lo contrario, pues aseguran que lo barato sale caro y además va perdiendo la identidad.
“Con la máquina se sustituyen a las artesanas, ya todo se hace computarizado, ya no hay particularidad. Las artesanas son quienes dan el toque particular a cada prenda y las hacen únicas, ahora todo es igual y en serie”, agregaron.
El tiempo no ha pasado en balde y la vista y la espalda es lo que más acaba al bordar, pero ha valido la pena.
Ninguna lleva un cálculo de cuantos trajes ha elaborado, pero sí presumen que para lo que resta del 2024, ya tienen prendas para bordar y se aceptan nuevos pedidos para el 2025.
“Ser artesana es para siempre porque nuestras prendas siguen vivas mientras las personas lo usen, no tenemos fecha de caducidad. Ojalá existan más jóvenes que deseen aprender, estoy dispuesta a enseñarles, bordar es nuestra pasión, y lo reafirmamos con orgullo diciendo que somos artesanas”, concluyeron.
Redacción: Diana Manzo | Istmo Press
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