
Cada 5 de mayo, México y algunas comunidades en Estados Unidos conmemoran una de las gestas más sorprendentes de su historia: la Batalla de Puebla de 1862. Aunque a menudo se confunde con la independencia de México —que en realidad ocurrió el 16 de septiembre de 1810—, el 5 de mayo representa otro tipo de lucha: la resistencia ante una invasión extranjera y la defensa de la soberanía frente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo en ese momento.
El contexto: crisis económica y amenazas imperiales
En 1861, tras décadas de conflictos internos, el presidente Benito Juárez decretó la suspensión del pago de la deuda externa por dos años, debido a la grave situación económica del país. Esta medida provocó la reacción inmediata de tres potencias europeas: Francia, España y el Reino Unido, que firmaron la Convención de Londres para exigir el cumplimiento de los compromisos financieros.
Aunque inicialmente llegaron a acuerdos diplomáticos, Francia —bajo el régimen de Napoleón III— tenía otros planes: establecer un imperio aliado en América que contrarrestara la influencia de los Estados Unidos, inmersos entonces en su Guerra Civil. Así, las tropas francesas comenzaron una invasión formal al territorio mexicano.
La batalla: un ejército improvisado contra la élite militar europea
El 5 de mayo de 1862, en las cercanías de Puebla, el general Ignacio Zaragoza encabezó a un ejército mexicano compuesto en su mayoría por campesinos y soldados mal armados. Frente a ellos, el ejército francés —considerado el más moderno y poderoso de su tiempo— contaba con mejor armamento, entrenamiento y experiencia.
Contra todo pronóstico, las fuerzas mexicanas lograron una victoria crucial. Los franceses, confiados y mal informados, atacaron sin considerar adecuadamente la geografía y la resistencia local. La defensa encabezada por Zaragoza, junto con los valientes batallones de Zacapoaxtla e indígenas serranos, repelió al enemigo desde los fuertes de Loreto y Guadalupe.
El legado: más allá de una batalla
Aunque la victoria fue temporal —Francia retomó Puebla un año después e impuso al emperador Maximiliano de Habsburgo—, el 5 de mayo se convirtió en un símbolo duradero de resistencia ante la adversidad y del derecho de los pueblos a la autodeterminación.
En México, el 5 de mayo es una fecha cívica importante, especialmente conmemorativa en el estado de Puebla. En Estados Unidos, paradójicamente, ha cobrado mayor visibilidad como una celebración de la cultura mexicano-estadounidense, especialmente en California y otros estados con gran presencia latina, aunque a menudo con una interpretación comercial o festiva más que histórica.
Una victoria que sigue resonando
“La victoria obtenida no es la victoria de un hombre, sino la victoria del derecho, de la justicia y de la patria”, declaró Zaragoza tras el triunfo. Días después, moriría de fiebre tifoidea a los 33 años, pero su legado perdura.
Hoy, el 5 de mayo sigue siendo una fecha que recuerda que incluso en los momentos más difíciles, un pueblo unido puede resistir y vencer a fuerzas que parecían invencibles. Más que una fiesta, es una lección de dignidad nacional.