
Oaxaca de Juárez, Oax., 18 de abril de 2025.— Cada Viernes Santo, el corazón de Oaxaca late en silencio. La tradicional Procesión del Silencio se convierte en un poderoso acto de fe y reflexión colectiva, en el que cientos de fieles recorren las calles del centro histórico en absoluto recogimiento, rememorando la pasión y muerte de Jesucristo.
Esta ceremonia religiosa, que combina solemnidad, arte sacro y herencia cultural, se ha consolidado como una de las manifestaciones más emotivas de la Semana Santa oaxaqueña. Aunque sus orígenes datan del siglo XVII, fue hasta 1986 cuando se retomó con fuerza gracias a la Parroquia de la Sangre de Cristo y la Hermandad del Santísimo Rosario, que agrupa a diferentes pueblos de la región.

El cortejo inicia al caer la tarde, cuando las campanas dejan de sonar y la ciudad entra en un silencio reverente. Encabezado por la Cruz de Caravaca, el desfile avanza por las principales calles del centro portando cerca de 80 estandartes bordados con hilos de oro y plata, así como imágenes religiosas que representan las estaciones del Vía Crucis. No se escucha palabra alguna: solo los redobles de los tambores rompen el aire, marcando el ritmo de los penitentes.
Participan cofradías y fieles vestidos de negro, muchos de ellos con el rostro cubierto, en señal de luto. El silencio —más que ausencia de ruido— se convierte en un lenguaje espiritual que invita a la introspección, la empatía y el respeto. Es un acto simbólico, cargado de emoción y sentido comunitario.

Además del valor religioso, la Procesión del Silencio es una expresión viva del patrimonio cultural de Oaxaca. Reúne a miles de personas —locales y visitantes— y fortalece la identidad oaxaqueña al entrelazar elementos religiosos, artísticos e históricos que han perdurado a lo largo del tiempo.

Las calles empedradas, las velas encendidas y los rostros iluminados por la fe crean una atmósfera única. No hay gritos, no hay aplausos. Solo el caminar lento de una comunidad que guarda silencio… y, en él, transmite todo.