Después de estar cubierta por las aguas de la presa Benito Juárez por más de 400 años, una iglesia dominica reemergió a la superficie en Jalapa de Marqués, Oaxaca.
Medios locales se refieren a ella como un ‘templo fantasma’, que emerge sólo cuando las aguas de la presa están realmente bajas. Después de estar enterrada durante varios meses, sale a la superficie para revelar dos cúpulas monumentales, y una fachada muy bien conservada.
Mucho antes de convertirse en un templo cristiano, este espacio ya era sagrado. Para los pobladores zapotecas en la época precolombina, era uno de los lugares de adoración más influyentes para la diosa de la muerte. Pero, ¿cómo pasó de ser un lugar de culto a estar sepultada por completo? Ésta es su historia.
Un templo de varias diosas
Jalapa del Marqués ha sido un lugar de adoración durante, al menos, 500 años. Antes de la invasión europea a América, la dinastía zapoteca Zaachila gobernaba esta región, al sureste de Oaxaca (México). Conocida antiguamente como Guiigu-yudxi —o “río de arena”, en zapoteca—, se escogió como espacio ceremonial para honrar a Xonaxi, la diosa de la muerte y la lujuria.
De acuerdo con el catálogo de Dioses y Personajes Míticos, que hace un recuento de los pueblos originarios americanos, Xonaxi se manifestaba en los terremotos. A lo largo de todo el sureste mexicano, desde el Istmo de Tehuantepec hasta las sierras de Chiapas, se temía y veneraba a esta diosa poderosa, cuyo nombre calendárico era “11 Muerte”. Esta gran señora se hacía presente en toda la región, a través del clima cálido y las severas sequías de la zona.
Se sabe que el pueblo se fundó alrededor del año 1480, para venerar a Xonaxi. Sin embargo, con la llegada de los inquisidores españoles, el culto tuvo que enmascararse con las creencias venidas de Europa. Los colonizadores destruyeron el templo original y construyeron sobre las ruinas una iglesia dominica. Hacia finales del siglo XVI, decidieron consagrar este nuevo espacio religioso a la Virgen de la Asunción.
Sin embargo, según las crónicas de Fray Francisco de Burgoa, “en presencia de la santa adoraban mentalmente al ídolo campesino”. El culto se reververó hasta la época contemporánea. Hacia la década de 1960, el gobierno local decidió establecer una presa en el pueblo, y obligó a los habitantes a salir de ahí. Según el recuento que hace De Opinión, La Voz del Itsmo, “los más veteranos recuerdan con nostalgia cómo tuvieron que abandonar sus hogares, parcelas y esa iglesia donde llevaban sus plegarias”. Entonces, en 1962, la iglesia quedó sumergida al sureste de Oaxaca.
Bajo el cobijo de las aguas
Tras la construcción de la presa ‘Presidente Benito Juárez’, en el antiguo pueblo de Jalapa del Marqués, la iglesia dominica quedó sumergida por completo en Oaxaca. La presa se construyó con el fin de irrigar agua a los sembradíos de los pueblos aledaños, por lo que contiene casi un millar de hectómetros cúbicos.
Sólo durante los tiempos de estiaje, o el nivel mínimo de agua, la estructura aparece nuevamente, como si no hubiera pasado el tiempo. Incluso a pesar de estar por debajo de la superficie durante más de 50 años, durante las semanas de sequía más severa se la puede ver casi intacta.Pareciera que el agua no corroe las paredes de piedra. Es como si los caudales de los ríos Tehuantepec y Tequisistlán respetasen este antiguo espacio de adoración, que ha visto el rostro de diosas diferentes. Para los zapotecas, de Xonaxi; para los cristianos, de la madre de Jesús.
Aunque la fachada se ha ido deslavando con el tiempo, los muros no se vencen, y el impresionante par de cúpulas que corona la estructura se mantienen igual que hace 400 años. Por las fotografías previas a la presa, se sabe que las paredes se construyeron de adobe, y tenía un atrio colmado de palmeras delgadas.
Décadas después, este espacio sigue atrayendo gente a Jalapa del Marqués. Ahora, con la venida del tiempo de secas, turistas de todo el país visitan este espacio, casi a manera de sitio arqueológico. A veces, cuando las aguas lo permiten, la gente se acerca remando sobre un kayak. Otras, como ahora, cuando las aguas están tan bajas, es posible llegar a pie. Tal vez, al interior todavía se escucha la risa de Xonaxi, que espera a sus feligreses con la misma sonrisa tenebrosa que en los tiempos de la dinastía Zaachila.