En el momento en que Greta Gerwig supo con certeza que podía hacer una película sobre Barbie, la muñeca más famosa y controvertida de la historia, estaba pensando en la muerte. Había estado leyendo sobre Ruth Handler, la temeraria mujer de negocios judía que creó la muñeca y que, décadas más tarde, se sometió a dos mastectomías. Handler dio a luz a este juguete con sus infames senos y la figura que se convirtió en un avatar perdurable de perfección plástica, mientras estaba atrapada, como todos nosotros, en un cuerpo humano frágil y defectuoso. Este pensamiento despertó algo en Gerwig. Se imaginó a una Barbie alegre tropezando con una mujer moribunda en su zona para hacer parrillas. Entonces Gerwig siguió adelante. Era el comienzo de la pandemia. Tal vez nadie volvería a ir al cine. Tal vez nadie nunca vería en qué estaba trabajando. ¿Por qué no arriesgarse a lo grande?
¿Por qué la película no podía comenzar con un riff metodológicamente fiel a la apertura de2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick, con niñas pequeñas golpeando sus cabezas de muñecas insípidas después de contemplar la revelación de lo que es Barbie? ¿Por qué Barbielandia no podía estar llena de Barbies y Kens pero libre de viento, excepto cuando hace lucir bien el cabello de las muñecas? ¿Por qué Barbie no podía ser abrumada por pensamientos incontenibles de muerte en medio de un número de baile coreografiado? ¿Por qué no podría haber un ballet de ensueño inspirado en los musicales de la década de 1950 y una broma recurrente sobre la letra de una canción de Matchbox 20? ¿Por qué Gerwig no podía amar a Barbie y criticar a Barbie y tratar de hacer que la gente sintiera algo nuevo sobre un objeto que ha estado haciendo que la gente sienta cosas durante casi 65 años? ¿Por qué no podía hacer una película que deleitara a los guardianes corporativos protectores de Barbie en Mattel, a la gente de Warner Brothers que financió la producción de aproximadamente 145 millones de dólares, a quienes odian a Barbie, a quienes adoran a Barbie y también a ella misma?
“Hay un momento en la película en el que los Kens están montando caballos invisibles desde su batalla en la playa hasta las Mojo Dojo Casa Houses”, me dijo Gerwig —una Mojo Dojo Casa House es como una Casa de los Sueños de Barbie, pero para Kens— “y me pregunto lo mismo, una y otra vez: ¿Por qué nos dejaron hacer esto?”. Era finales de mayo, cuando faltaban menos de dos meses para el estreno del filme, y Gerwig dedicaba largas horas a los últimos toques, viajando entre las instalaciones de posproducción en Manhattan. Sin embargo, el hecho mismo de la existencia de la película continuaba desconcertándola y deleitándola. ¿Por qué la dejaron hacer esto?
Ahora la respuesta parece muy obvia. Mattel, Warner Brothers y los productores permitieron que Greta Gerwig hiciera Barbie para que sucediera exactamente lo que está sucediendo. Para que el matrimonio efervescente de cineasta y material rompiera la cacofonía de la vida contemporánea y devolviera un trozo de plástico en edad de jubilación al espíritu de esta época. Para que Mattel, en particular, pudiera lanzar sus grandes ambiciones de convertirse en un proto-Disney y anunciar la activación de todo su catálogo de propiedad intelectual con un toque fucsia. De modo que tanto los seguidores de Barbie, como los agnósticos de Barbie, estarían bombardeados por instantáneas de paparazzi de Margot Robbie, como Barbie, y Ryan Gosling, como Ken, vestidos con atuendos de patinaje en tonos vívidos y radiactivos, además de tráilers de Barbie, #Barbiecore TikToks y productos relacionados a Barbie de pared a pared. Querían que Gerwig, con su auténtico espíritu indie, credenciales feministas y múltiples nominaciones al Oscar, usara su credibilidad para hacer que esta propiedad intelectual multimillonaria, rubia y platinada sea relevante en esta época, entregando un éxito de taquilla de verano muy, muy, muy rosado que reconoce el equipaje de Barbie, desempaca ese equipaje y, también, lo vende (Béis, la empresa de equipaje de diseñador, lanzó una colección de Barbie). Querían que Gerwig puliera a Barbie. Pero, ¿por qué Gerwig querría hacer eso?
Esas preguntas hacen que Gerwig se ponga nerviosa. Ha estado pensando en Barbie, sin parar, durante años. Pero hacía tiempo que no hablaba de eso con nadie que no estuviera inmerso en el proyecto. De repente, al final de un largo día, le pidieron que justificara la fascinación que se apoderó de ella en el momento en que Margot Robbie, que también es una de las productoras de la película, le preguntó sobre la escritura del guión, que haría con su pareja, Noah Baumbach. “Pensaba: los humanos son las personas que hacen a las muñecas y luego se enojan con las muñecas”, explicó Gerwig. “Las creamos y luego ellas nos crean y nosotros las recreamos y ellas nos recrean. Estamos en constante conversación con objetos inanimados”.
Ella quería participar en esa conversación. Sí, Barbie es un juguete polarizante y un jugoso trozo de propiedad intelectual, pero Gerwig saltó directamente a lo que Barbie también es: un símbolo potente, complicado y contradictorio que se encuentra en el centro de una discusión de décadas, y que aún sigue vigente, sobre cómo ser una mujer. Si hay un tipo de seriedad que alguna vez habría impedido que un director se “vendiera”, es la misma seriedad que ahora les impide pensar en esa noción en absoluto. (¿Qué es Barbie sino una superheroína con tacones, más vieja que Spider-Man y Iron Man?) En vez de apuntar a un producto que podría calificar como algo “relativamente considerado, para una película de Barbie”, Gerwig se dedicó a enhebrar una trama con una aguja más fina que las pestañas pintadas en la cara de la muñeca. La película es una celebración de Barbie y una defensa subterránea de Barbie. Es una empresa corporativa gigante y un proyecto personal extraño y divertido. Es un extravagante fiesta de polímero rosa jubiloso, despiadadamente efectiva, cuya estrella resulta ser la propia sinceridad de Gerwig. “Puede ser ambas cosas”, dijo. “Estoy haciendo la cosa y subvirtiendo la cosa”.
A Gerwig, que cumple 40 años este verano, le encantaba tanto jugar con muñecas que lo hizo hasta los 14 años. En retrospectiva, pareciera ser el comportamiento típico de una futura directora, pero en ese momento sintió que era “demasiado tarde, la gente ya estaba bebiendo en las fiestas”. Algunas de sus muñecas eran Barbies. Puede recordarse, cuando era una niña, de pie en una tienda de juguetes, contemplando una exhibición de Barbies en sus cajas realmente grandes, usando sus vestidos realmente grandes, su cabello realmente grande en forma de abanico para resaltar el máximo glamour, y ha intentado aferrarse a esa sensación de no haber visto nunca nada más hermoso. Mientras preparaba la película, su equipo creativo consideró cientos de tonos de rosa, pero Gerwig llegó un día convencida de que se habían dejado llevar por su sensibilidad adulta: el rosa se había vuelto demasiado elegante. Necesitaban algo sobresaturado, audaz y brillante, no un tono salmón. Nada en la película debe sentirse “como un adulto que le dice a un niño pequeño: ‘No hables demasiado alto. No mastiques con la boca abierta’. Queríamos que fuera esa exuberancia de usar el color más brillante de la caja”.
Pero no solo la sensibilidad de los niños juega un rol en Barbie. A la madre de Gerwig no le entusiasmaban las muñecas, por lo que en su mayoría llegaban a la casa como regalos de segunda mano. Incluso, mientras la directora recopilaba la experiencia íntima de Barbie que se encuentra en toda la película (un personaje está haciendo splits constantemente, como representando un recuerdo sensorial de la habilidad de estas muñecas para abrir las piernas en una extensión de 180 grados), también estaba absorbiendo la crítica. “La que siempre me pareció más punzante fue que si fuera un ser humano, Barbie no podría mantener la cabeza erguida”, recuerda. El cuello de Barbie es, según la mayoría de las estimaciones, demasiado delgado para sostener su cráneo. (La que siempre recuerdo es la leyenda de que si Barbie fuera real, tendría que gatear sobre sus cuatro extremidades, agobiada por sus enormes senos). “Si estás caminando”, dice Gerwig, “felicidades, no te pareces a Barbie”.
Gerwig entiende tanto el amor como el odio por Barbie, pero para muchos otros, la muñeca sigue siendo una proposición tan radical como ser/ o no ser: o es feminista o realmente, realmente, no lo es. Los argumentos de que es feminista incluyen el hecho de que ha tenido su propia Casa de los Sueños desde 1962, cuando a las mujeres se les negaba habitualmente las hipotecas y las tarjetas de crédito. Fue a la luna varios años antes que Neil Armstrong y, a diferencia de cualquier mujer estadounidense de la vida real, ha sido presidenta. Pero un par de años después de convertirse en propietaria de una casa, apareció la Slumber Party Barbie, una muñeca lista para una fiesta de pijamas que venía con una báscula marcando 50 kilos y un manual titulado Cómo perder peso, con instrucciones como: “No comer”. (Quizás la película de Barbie más famosa antes de la de Gerwig fue el cortometraje Superstar: The Karen Carpenter Story, de Todd Haynes, que usó muñecas para representar una película biográfica sobre la cantante, quien murió en 1983 por complicaciones ocasionadas por la anorexia). Durante décadas se lanzaron otras Barbies desafortunadas, como la memorable Teen Talk Barbie que fue programada para decir: “¡La clase de matemáticas es difícil!”.