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Este mes, Ye, el artista antes conocido como Kanye West, ha roto su lucrativa alianza con Adidas y Gap, las marcas que respaldaban su línea de moda, Yeezy. “Todo el mundo sabe que soy el líder, soy el rey. Un rey no puede vivir en el castillo de otro. Un rey tiene que construir su propio castillo”, declaraba tras conocerse la noticia de que West los había denunciado por incumplimiento de contrato. A muy pocos les impactó. Lo raro es que, a estas alturas, Ye sea capaz de mantener una colaboración estable con alguien. A excepción, quizá, de su fiel amigo Demna, el diseñador antes conocido como Demna Gvasalia, director artístico de Balenciaga: suya es la dirección artística de ‘Donda’, el último álbum del rapero, y suya era también la ahora finiquitada colaboración con Gap, que realizaba junto a Yeezy. El domingo, Ye abría el desfile de Balenciaga ataviado con esa estética postnuclear que tanto les gusta a ambos.
El lunes, a partir de una foto que posteó el rapero en Instagram, un moodboard con varias imágenes de celebridades cuando eran jóvenes (incluyendo a su exmujer, Kim Kardashian) se especuló con la posibilidad de que Ye planeara un desfile secreto, esta vez sin la colaboración de Adidas. Así fue. A mediodía, Nick Knight, uno de los fotógrafos más prestigiosos del mundo, posteaba la invitación al desfile, una especie de feto blanco en movimiento (tenga o no que ver, West ha declarado ser antiabortista) que se retransmitía en exclusiva en Showstudio, la plataforma pionera en streaming de desfiles que Knight fundó hace más de una década.
En una localización secreta, a escasos metros del Arco del Triunfo, se reunieron un centenar de personas que habían recibido la invitación vía correo electrónico esa misma mañana: Edward Enninful, Irina Shayk, Jaden Smith, Marta Ortega, Anna Wintour o John Galliano, en una de sus escasas apariciones públicas. Ye salió a escena, con una de sus típicas peroratas incendiarias: «No me podéis controlar. Es una situación incontrolable», «Quiero que todos sepáis que Bernard Arnault es mi nuevo Drake» (refiriéndose a la histórica enemistad entre ambos músicos) fueron algunas de sus frases lapidarias. Un coro de niños comenzó a entonar gospel. Pertenecían a la academia Donda que el rapero fundó hace unos meses, una escuela de la que no se sabe demasiado y que ha estado, por lo mismo, envuelta en polémica. El contexto es el siguiente: Ye creó hace un par de años los Sunday Services, una especie de misas alternativas en las que él mismo predica a un público mayoritariamente afrodescendiente. La escuela ha sido el siguiente paso en su extraña estrategia de adoctrinamiento.
ero ya nada de esto sorprende. Sí lo ha hecho, y mucho, que el propio Ye y algunas de las modelos (negras y asiáticas) del desfile portaran una camiseta con una imagen del papa Juan Pablo II en el frontal y, en el dorso, la frase «White lives matter», un eslogan utilizado por el supremacismo blanco en respuesta al movimiento antirracista Black Lives Matter. Algunos de los asistentes, como Jaden Smith o la editora de moda Lynette Nylander se marcharon: «Esto tiene demasiadas implicaciones», posteó ella más tarde. Naomi, cuya lucha por los derechos raciales es casi tan relevante como su carrera como modelo, cerró el desfile. Michele Lamy, esposa y mente pensante tras el éxito de Rick Owens, el diseñador al que Ye idolatra (y en el que se inspira) también desfiló. Galliano, al que LVMH cesó de su puesto en Dior por la filtración de un vídeo en el que hacía comentarios antisemitas mientras estaba borracho, estaba ahí. Demna, que solo 24 horas antes había reivindicado en su show de Balenciaga temas como la huida de los refugiados o la supervivencia de los más vulnerables en un mundo cada vez más polarizado, también estaba allí.
Hace algunos años, West sorprendía al mundo llevando una gorra de Make America Great Again, el eslogan en apoyo a Trump. Poco después anunciaba que se presentaría a presidente de los Estados Unidos. Pero, como explica la estilista Gabriella Karefah Johnson, también invitada al show, en sus stories de Instagram: «En aquel momento uno podía apelar a la descontextualización. Un objeto con carga simbólica que pierde sentido en manos contrarias, como un ready-made de Duchamp. Ahora no». Sobre todo porque Ye se dejaba fotografiar en el desfile con Candance Owens, una comentarista (afroamericana) pro Trump y contraria al Black Lives Matter. Ya no se puede jugar la carta del contexto. Ni siquiera intentar ver en el desfile una especie de mundo utópico en el que la raza negra fuera la dominante y la blanca la oprimida. La presencia de Owens invalida el argumento.
«Se podría ver en las camisetas otra forma más de llamar la atención, de agitar el statu quo. Para algunos las camisetas serán frívolas, para mí, están dando alas a la ultraderecha, son peligrosas», escribía anoche el columnista Raven Smith. ¿Se le ha vuelto por fin a Ye la estrategia de artista incendiario en su contra? Lynette Nylander escribía en sus stories de Instagram que «se indignó al ver que la mayoría de la gente no estaba indignada» y que «no veía a muchas publicaciones haciéndose eco de la aberración». Un dato más: la nueva colección de Yeezy se ha creado en colaboración con Shayne Oliver, mítico cofundador de Hood by Air, la marca que hace cinco años supuso un soplo de aire fresco por tratar de frente temas como el racismo estructural y la deconstrucción de género. Hace tiempo que nos preguntamos qué le está pasando a Ye, el que quizá fuera el artista de hip hop más talentoso de su generación. Ahora también habría que preguntarse qué le está pasando a la industria de la moda, la misma industria que lleva varios años incidiendo hasta el agotamiento en la diversidad ra
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