Una serie diferente para ver en Netflix: Un negocio virtuoso, de Corea
‘Un negocio virtuoso’, la serie dirigida por Cho Woong y disponible en Netflix, nos sumerge en el mundo de las contradicciones sociales y morales de
Con flores, comida y velas se alumbró el camino de los fieles difuntos y se les despidió con un concierto de cohetones que surcaron el cielo.
XOXOCOTLÁN, Oax. – Un viento helado recorre mi cuerpo. El follaje de los árboles se mece por momentos hasta con violencia. Son los vientos de muertos, susurra la gente.
Inmediatamente se me viene a la mente la voz ronca de Chavela Vargas interpretando la canción de esta temporada La Llorona acompañada del llanto desgarrador de una guitarra: “No sé que tienen las flores, llorona, las flores del camposanto, que cuando las mueve el viento, llorona, parece que están llorando… Si ya te he dado la vida, qué mas quieres, quieres más”.
En el ambiente ya se respira el olor del chile asado y el cacao tostado, así como el estruendoso ruido de los molinos. Llegó la festividad de Todos Santos y los Fieles Difuntos.
Aquí, este pueblo mixteco, asentado a los pies del centro ceremonial de Monte Albán, como en tiempos inmemoriales, se preparó para recibir a sus muertos en el camposanto y alumbrar su camino a la casa donde ya los espera un altar en su honor.
Los olores se confunden. El picor del chile chilhuacle con el olor del cacao. El mole con el chocolate. Las flores de cempasúchitl o las flores silvestres con el incienso. El del mezcal con el pletatamal, el tañer de las campanas con las alabanzas y rezos.
Es día de plaza en Zaachila, un mercado zapoteca tradicional. Desde la montana bajan a vender flores silvestres, tejocotes, nísperos, manzanas, naranjas, limas, anonas, caña, cacahuate, jícama, gallinas, guajolotes, copal…todo para el altar de muertos.
La gente se arremolina para poner a tiempo su altar mientras el turismo se asombra al ser testigos de encontrar en la plaza de muertos tantos colores, olores y sabores.
El reloj de la Catedral y alguna estación de radio anuncian que es mediodía al escucharse el himno de los oaxaqueños el Dios Nunca Muere: “Muere el sol en los montes, con la luz que agoniza, pues la vida en su prisa, nos conduce a morir. Pero no importa saber, que voy a tener el mismo final porque me queda el consuelo que Dios nunca morirá…”
El estruendo de los cohetones y el tañer de las campanas anuncian que llegó la hora.
Son las tres de la tarde del jueves 31 de octubre. “Salgan, salgan, salgan, ánimas de pena, que el rosario santo rompa sus cadenas…con un Padre nuestro y un Ave María tenemos descanso en tanta agonía”, se entonan previo a la llegada de este reencuentro.
“Mis nenes, mis nenes, mis nenes” parecen repetir las campanas al ser repicadas para dar la bienvenida a los niños o niñas difuntos.
Todo sucede de prisa. En casa ya se colocó un altar en el lugar principal. Mientras unos preparan la comida, el mole o el pletatamal, otros se enfilan al panteón con sus tercios de flores de cempasúchitl, cresta de gallo, alcatraces y flores silvestres, para adornar la tumba. de sus seres queridos que se adelantaron en este camino. También les alumbran con velas y veladoras.
Los repiques de campana anuncian que ya se prepara el Rosario Cantado. Son las ocho de la noche y un camino de luces (veladoras) conducen al templo del Siglo XVII de Santa Elena de la Cruz Xoxocotlán. El silencio en las sombras se rompe con las alabanzas del cuadro de apóstoles y soldados romanos que sirven en la Semana Santa mientras los rezadores conducen la imagen de San Sebastián al panteón municipal escoltado con un relicario de la Virgen del Rosario.
Contrario a otros años, el viento de muertos estuvo ausente. El clima es espléndido. La población nativa deja todo hasta su sueño con tal de recibir a sus muertos.
Las veladoras y velas alumbran el camposanto de San Sebastián, el Mitlantecutli y el panteón nuevo.
Las tumbas se convierten en altares, tapetes de flores y hasta en exhibiciones de calaveritas de dulce y de papel, catrinas y danzantes.
El calor humano y de las veladoras se confunden. Las familias parecen que hacen guardia frente a las tumbas. Les llevan serenata con mariachi, tríos, banda en vivo o encienden sus bocinas para poner la música que le gustaba al difunto.
Casi es imposible caminar entre tumba y tumba, pero los turistas buscan cualquier atajo para visitar las tumbas. Colocan alguna flor o veladora donde los sepulcros están solos o nadie se acordó de ellos.
Entre copas de mezcal, tlayudas, tacos, tostadas o botanas el tiempo pasó de prisa. Son las tres de la mañana y los panteones lucen repletos de visitantes.
El maestro de capilla José Reyes Matías afirma que este reencuentro tiene orígenes prehispánicos porque en Monte Albán porque el 9 de enero de 1932 el arqueólogo mexicano, Alfonso Caso, descubrió la Tumba 7, una cámara mortuoria en la que encontraron más de 600 piezas con diversos materiales como oro, turquesas, perlas, obsidiana, plata, ámbar, concha, huesos. Sobresale un pectoral de oro y un cráneo recubierto de turquesa.
Mientras que en la tumba 104, relata que entre las ofrendas encontraron semillas de chile, tomate y maíz.
Con la llegada de los españoles vino la evangelización y se fusionó la religión con lo pagano.
Para el viernes 1 de noviembre el olor a copal y el humo inundan las casas, el sahumerio es el nicho de brazas de carbón para mantener ese aroma que purifica el alma.
Estas fechas son encuentro familiares para acompañar a sus difuntos. Los migrantes que buscaron el sueño americano regresan en esta temporada para reencontrarse con sus muertos. A las tres de la tarde se les da la bienvenida a los familiares mayores y en su honor se come caldo de gallina y el pletatamal es una comida que únicamente se prepara en esta temporada es maíz quebrajado con chile chilhuacle envuelto en hojas de aguacate, yerba santa y de plátano acompañado de carne de pollo y cerdo.
En estos encuentros no falta quien cuente las anécdotas de los difuntos o situaciones inexplicables de alguna manifestación.
Ya se acercan las tres de la tarde del día dos de noviembre. La familia se alista a despedir a sus muertos. Hay oraciones. Se ahúma la casa. Y como último adiós se pone el Dios Nunca muere.
Un concierto de cohetones que surcan el cielo anuncia la despedida a nuestros muertos. El ritual se cumplió. Hay tristeza por la ausencia de nuestros seres queridos, pero hay alegría que se les recordó y ser les festejó con comida, cerveza, mezcal. Hasta el próximo año.
Para cumplir con este jolgorio la población se alista para salir en la comparsa donde hombres y mujeres se disfrazan y recorren las polvorientas calles bailando al ritmo de las bandas de música.
Otras personas salen a dejar los muertos, es un ritual que fortalecen los lazos del compadrazgo. Se les llevan a sus compadres canastas de carrizo que contienen mole, chocolate, pan de yema, fruta y su mezcal, cubiertos con una servilleta bordada.
Fueron tres días donde la vida y la muerte se dieron cita y los corazones se desbordaron de gozo.
Redacción: Pedro Matías | Página 3
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