Combatir un incendio forestal es arriesgado y agotador, he caminado hasta nueve horas en la montaña para llegar donde el fuego consume los árboles de pino y de inmediato comenzamos con la apertura de las brechas cortafuego para evitar que la lumbre avance, narra el combatiente, WilliamsJiménez Miguel, originario de la comunidad de Benito Juárez.
El año pasado, Williams, un joven de 30 años de edad, firmó un contrato con la Comisión Nacional Forestal (Conafor), por 11 mil 500 pesos mensuales durante el cuatrimestre de marzo a junio, pero este año, sirvió como combatiente voluntario para sofocar los incendios que durante 33 días arrasaron con 34 mil hectáreas de los bosques y selvas de Los Chimalapas.
Cuando comenzaron los incendios y llegó el llamado de la autoridad comunal de Benito Juárez, representada por Plácido Jiménez, Williams, con tres años de experiencia como combatiente y con más 30 incendiossofocados, recuerda que alistó su equipo de trabajo: casco, chamarra, lentes, rastrillo, pico, pala, talacho, agua y suero.
Cada mañana que salía de su vivienda, al encuentro con el fuego en parajes desconocidos porque la selva de Los Chimalapas es inmensa, su señora madre le daba la bendición con la frase de: cuídate, trabaja con calma, no te arriesgues mucho y después le entregaba el lonche consistente en huevitos con frijoles, tortilla hecha a mano, así como latas de atún y sardinas.
“¿Dónde y a qué horas desayunaban? Camino a la montaña, mis compañeros y yo, cada brigada se compone de 10 combatientes, buscábamos un sitio adecuado para desayuna y después a seguir caminando hasta llegar al sitio del incendio y a trabajar sin descanso. ¿Y para comer? Para comer había que esperar unas siete u ocho horas después, ya en la noche.
Allá arriba en la montaña es peligroso, arriesgado, hay zonas escarpadas, puras piedras filosas, a veces nos apoyábamos con otro compañero que sostenía uno de los extremos del rastrillo para subir, a veces creíamos que se había sofocado el fuego entre la hojarasca y de pronto, aparecía de manera traicionera, detrás de nosotros”, narra.
Llevo tres años como combatiente de los incendios forestales, tengo cursos de capacitación como todos ms compañeros, he ido como brigadista de Conafor y como comunero voluntario y cada que acudo al llamado de las autoridades, me entristece ver la selva ardiendo por fuegos provocados a involuntarios, pero es triste ver cómo mueren los bosques, comenta.
¿Sabe qué otro momento me causa un intenso dolor en el corazón? Los animalitos muertos, calcinados, alcanzados por las llamas, sin oportunidad de volar o de correr. En este incendio de un mes, allá arriba quedaron loros, tucanes, gallina y guajolotes de monte, venados, tapires y jaguares e incluso, vacas que fueron alcanzadas por el fuego en sus potreros.
Todo eso duele y entristece, pero también nos llena de gusto cuando liquidamos un incendio, cuando sabemos que no se reactivará, porque con nuestro esfuerzo y sacrificio, salvamos una parte de la selva”.
“Hoy, en el Día Internacional del Combatiente contra los Incendios Forestales, mis compañeros vamos hacer una pequeña comida a la salud de la vida, nuestra y de la selva”, dice.
Williams Jiménez Miguel confiesa que cuando termina la temporada de incendios forestales, atiende sus cultivos de maíz y frijoles, una parte para vender y otra para el autoconsumo y cuida además de sus vacas, pero también, como ingeniero en informática repara computadoras y teléfonos móviles.
“Entre toda las faenas, me doy tiempo para asesor a los estudiantes del bachillerato y les oriento para que ayuden a la comunidad, que no emigren a las ciudades para que Benito Juárez crezca con sabiduría”.