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Desde hoy está en librerías físicas y digitales “Le dedico mi silencio”, el último libro del Premio Nobel peruano. Está dedicado Patricia, su ex mujer y madre de sus hijos. En este diálogo dice que la escritura ha sido “una pasión, mi compromiso, todo”.
¿Será verdad que la última novela de Mario Vargas Llosa -en el sentido de “la más reciente”- será también la última -en el sentido de “la que cierra su carrera”? Será verdad que no habrá más novelas de Mario Vargas Llosa después de Le dedico mi silencio, que llega a las librerías físicas y electrónicas este jueves.
El autor peruano terminó esta novela en julio, mientras se recuperaba de una internación por Covid. La obra -que tiene que ver con el vals peruano- iba a llamarse ¿Un champancito hermanito? pero luego se decidió un cambio de nombre, algo que algunos leyeron como un mensaje a Isabel Preysler, la mujer que fue su pareja durante ocho año y con quién rompió en diciembre pasado.
En ese momento, los lectores de Vargas Llosa vieron muchas alusiones a la ruptura en Los vientos, un cuento que en el que el narrador decía cosas como: “Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón”. Y reflexionaba: “Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise.” Infobae Leamos publicó ese cuento como un ebook que se puede descargar gratuitamente desde este enlace.
Este nuevo libro, en cambio, está dedicado a Patricia Llosa, su ex mujer, su prima y la madre de sus hijos. ¿Carmencita?
Le dedico mi silencio cuenta la travesía de Toño Azpilcueta, un conocedor de la música criolla, quien halla en Lalo Molfino, un guitarrista excepcional, la validación de sus creencias más profundas. El arte de Molfino da sentido al intenso amor que Azpilcueta siente por géneros peruanos como valses, marineras, polkas y huaynos, situándolo en un contexto social más amplio.
La acción transcurre en los años 90, cuando Perú sufría la acción terrorista de Sendero Luminoso y el protagonista buscaba “un país unido por la música”.
Ante la aparición de la nueva novela, la editorial compartió con algunos medios un cuestionario que respondió el escritor.
-En la última página de la novela hay una nota que los lectores no puede leer sin pena. Dices que esta es su última novela. La primera, La ciudad y los perros, se publicó en 1963 y Le dedico mi silencio, en 2023. Veinte novelas en sesenta años. Una obra descomunal, de miles de páginas y enorme coherencia. ¿Qué ha significado para usted entregar su vida a la literatura?
-Es, para mí, una de las cosas más hermosas. La literatura me ha dado enormes satisfacciones y he conseguido dedicar mi vida a ella, algo que jamás pensé, cuando era joven, que sería posible. Es una actividad que ha “comido” prácticamente toda mi existencia. He trabajado siempre en la literatura y cerca de la literatura. A menudo digo que yo no conozco discotecas porque cuando la gente iba a discotecas yo me dedicaba a la literatura, y aunque eso parezca una mera anécdota, en cierta forma lo dice todo. Ha sido una pasión, una entrega total, mi disciplina, mi dedicación, mi diversión, mi compromiso, todo.
-La novela transcurre en los noventa, en medio de los ataques terrorista de Sendero Luminoso. Toño quiere unir al Perú, pero el Perú está más dividido que nunca. ¿El proyecto de Toño es una forma más de la utopía?
–Sí, en cierta forma es una utopía, que es un tema que siempre me ha perseguido. Son utopías que terminan mal, pero que ayudan a vivir, y en este caso la utopía consiste en que la música criolla va a unificar al Perú de forma definitiva, que el Perú va a descubrir el extraordinario aporte de la “huachafería” (cursilería) peruana a la cultura universal, y que eso va a generar un orgullo nacional que integre por fin a todos los peruanos. Es una idea exagerada, un sueño ditirámbico, como todas las utopías, pero ayuda a Toño a vivir…
-El tema central de esta novela es la música criolla peruana, un tema que parece novedoso en su obra pero que en realidad no lo es. La música ha tenido una gran importancia en algunas de sus novelas, por ejemplo en ¿Quién mató a Palomino Molero? o en La tía Julia y el escribidor. Allí aparece Palomino Molero, que era un guitarrista de música criolla, y en La tía Julia, Crisanto Maravillas, otro cantante de valsecitos peruanos.
-Había olvidado que el soldado Palomino Molero también era guitarrista y no me acordaba de Crisanto Maravillas, el nombre es genial… Pero eso sólo demuestra que es imposible que un peruano, incluido un peruano que escribe sobre el Perú, no tenga contacto con la música criolla, que se ha expandido y penetrado en todos los hogares, desde los más humildes hasta los más pudientes. No es posible que una familia peruana no tenga contactos con esa música. En mi caso, seguramente, hay muchos elementos profundos relacionados con ella, porque siempre he sentido una atracción grande por la música criolla, así que a la hora de escribir es inevitable que se cuele en mis personajes. Pero hasta este momento nunca había sido un asunto tan central de una novela mía. He tenido que esperar a mis ochenta y siete años para que lo sea.
-Supongo que la música criolla no sólo ha tenido importancia en su obra sino en tu vida. ¿Qué recuerdos tiene de estos ritmos? ¿Cuándo empezó a oírlos? ¿Alguien en su familia los oía? ¿Se con Carlitos Ney?
–En la universidad no se escuchaba esa música. Yo estaba en el Partido Comunista, que era muy “serio” y no aceptaba nada que fuera musical. Pero en mi época de periodista, en La Crónica, única etapa en que hice vida algo bohemia, iba mucho a bares y peñas donde se tocaba música criolla. Eran peñas muy primitivas comparadas con las de ahora, pero tenían algo muy genuino. Seguramente fue allí donde nació esta atracción.
-La música criolla es sentimental, apasionada, a veces truculenta y patriótica. ¿Cómo definiría el criollismo?
-El criollismo es una exaltación de la música peruana que tiene que ver con ciertos hechos históricos y sociales que en la imaginación popular cobran otra dimensión, se enriquecen, gracias a ella. Por ejemplo, es una música muy determinista de lo peruano que a veces se burla un poco de los extranjeros, de forma muy risueña, que presenta una caricatura del de fuera y así robustece eso que se llama el “alma nacional”.
-Toño Azpilcueta viaja al Norte del Perú. Y usted, en la realidad, hizo el mismo viaje. ¿Escribir ficciones no es un pretexto para vivir aventuras como las de sus personajes?
–Viajé al norte, efectivamente, porque necesitaba ver, tocar, el lugar donde nace el personaje de mi novela, Lalo Molfino, que es Puerto Eten. En ese sentido, hay algo de cierto en que me gusta vivir la aventura de mis propios personajes, aunque no necesariamente sea algo tan consciente. Yo había estado de chico en Puerto Eten y tenía un recuerdo vago, pero quería revivirlo, y además quería recorrer otra vez, como lo había hecho hacía mucho tiempo, los paisajes desérticos de la costa peruana, con las aguas del Pacífico tratando de tragarse las piedras de la Cordillera y los pueblecitos cercanos. Para mí era importante ver todo eso. Hay pocas cosas que se averiguan sobre el guitarrista en Puerto Eten en la novela, pero recuerdo que desde que pensé en el personaje del guitarrista, lo asocié con el muelle de Puerto Eten, que tenía en algún lugar de la memoria porque había ido de chico con mis abuelos.
-Toño presenta otro rasgo muy peculiar: odia a las ratas, es un fóbico que llega al punto de la alucinación. Estos animalitos imaginarios lo van a acompañar a lo largo de la historia, por lo general para traicionarlo en momentos importantes de su vida. ¿De dónde surge esa obsesión por los roedores?
–Es una obsesión mía ―siempre me han repugnado― que me ha perseguido porque he visto ratas o ratones en las ciudades en que he vivido. Ya he contado que en Londres, en los años sesenta, encontramos ratones en mi casa y vivimos toda una aventura con los responsables de librarnos de ellos. He tenido pesadillas con estos animales, así que no es raro que un personaje mío tenga esa enfermedad… Después de haber escrito dos borradores, incluso leí los escritos de Freud sobre la neurosis obsesiva con las ratas de un paciente suyo.
-Otro de los temas fundamentales de la novela es la huachafería. ¿Qué es la huachafería?
-Es una exaltación de los valores intrínsecos de la peruanidad, para decirlo en huachafo… Es como una variante peruana de la cursilería, una caricatura de ciertas formas que están en la manera de hablar, de sentir, de informarse, de expresarse, y eso impregna todo: la política, la cultura, la sociedad…
-Toño se siente orgulloso de ser huachafo porque está convencido de la que huachafería es la mayor aportación de Perú a la cultura universal. ¿De dónde surge esa idea?
-Es una idea mía también. Yo creo que la huachafería es una aportación del Perú al mundo. Se considera por parte de ciertas personas algo despreciable, de baja estofa, de mal gusto, pero debería ser al contrario: debería ser aceptada y los peruanos tendrían que sentirse orgullosos de ella. Yo escribí un artículo hace muchos años, precisamente, sobre este tema. La huachafería está concentrada en un sector de la clase media, la más popular, sobre todo, pero ha contagiado todo, y debe ser considerada una originalidad peruana.
-Para ser bueno, un vals criollo tiene que ser huachafo, dices. Alguno de sus personajes ha sido un gran huachafo, un huachafo fabuloso e hilarante. Como Pedro Camacho, el escribidor de radionovelas de La tía Julia y el escribidor. ¿Están emparentados Toño Azpilcueta y Pedro Camacho?
-No lo había pensado, pero sin duda hay algo que emparenta a estos personajes y es la huachafería. Camacho no es peruano y la huachafería es sobre todo peruana, aunque hay algo de esto en otros países de América Latina también. Sin embargo, Camacho, que es boliviano, vive en el Perú, y además Bolivia tiene tanta relación cultural con el Perú que no debe extrañar que ese personaje también sea huachafo. Pero la huachafería partió del Perú, es una invención peruana.
-Siempre ha sentido mucho interés por la cultura popular latinoamericana, sobre todo por esos productos culturales que, como el melodrama o la música criolla, están llenos de pasiones exacerbadas, de truculencia, de romanticismo llevado al extremo. ¿Qué lo seduce de estas formas de expresión?
-Hay una ligazón con esos excesos que quizá esté en la raíz de mi vocación de novelista, pero al mismo tiempo tengo una mirada crítica sobre ellos a la hora de reflexionar, pensar, etcétera.
-La novela tiene una estructura que recuerda a la de La tía Julia… En esa novela, en los capítulos impares leíamos las peripecias de Varguitas, y en los pares, los culebrones que salían de la incombustible imaginación de Pedro Camacho. En Le dedico mi silencio ocurre algo similar. En los impares leemos la historia de Toño, y en los pares, el libro que va escribiendo. ¿Cómo fue la investigación para escribir esa parte, que está llena de referencias a la música peruana, a los compositores y cantantes, incluso al cajón peruano?
-Como hago siempre, me documenté y leí mucho, tanto sobre el origen de la música peruana como sobre todo lo que la rodea, el aspecto artístico y el social, y también sobre el país, sobre la clase media peruana, sobre la huachafería. Eso se refleja, efectivamente, un poco en las partes del libro que son los artículos de Toño en distintas publicaciones y en el libro que está escribiendo (porque en algunas partes del libro hay ambigüedad sobre si se trata de artículos o de su libro). Y en el viaje al norte en 2022 aproveché para hablar con algunas personas, vi a algunos músicos y fui a una peña criolla. Siempre necesito investigar bien los asuntos de los que escribo, aunque luego me tome todas las libertades de un novelista.
-Comienza hablando de los callejones de Lima, donde empezó a cultivarse el criollismo y de donde salieron los mejores cajoneadores y guitarristas, y muestra cómo estos lugares humildes empezaron a atraer a las distintas clases sociales. ¿Es, quizá, el primer momento en el que la creatividad popular atrae y seduce a las élites peruanas?
–Las élites peruanas experimentan una transformación gracias a la huachafería en gran parte y la música criolla, que tiene un importante elemento huachafo. Tiene que ver con eso. Primero esa música seduce a la clase media más popular, en la que las señoritas se emocionan profundamente con los valses que cuentan las miserias de los hogares y familias mientras los hombres beben cantando sus penas, pero luego eso va escalando y las élites sienten también una atracción por esa música, que va influyendo en su forma de hablar, de relacionarse. Es uno de los pocos dominios donde se produce este fenómeno, pero lo importante es que es la clase media la que lo hace posible y sirve de correa de transmisión.
-Chabuca Granda recibió reconocimiento mundial. ¿Usted la conoció?
-La conocí, sí, ya no recuerdo dónde la vi por primera vez. Y la traté esporádicamente, aunque no tuvimos mucha relación. Ella logró llevar la música peruana a muchos países y no sólo ser reconocida ella misma, sino que abrió camino a otros artistas peruanos que gracias a ella empezaron a llamar la atención fuera de las fronteras peruanas. Alcanzó con sus composiciones un reconocimiento que dura todavía.
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