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La violencia que sacude México pasa a veces de puntillas por los medios de comunicación ante lo cotidiano y frecuente de estos sucesos.
Pero hay casos que logran captar la atención, como la desaparición y muerte de Debanhi Escobar, que puso el foco en la ola de desapariciones de mujeres en el estado de Nuevo León, al norte del país.
En algunas ocasiones, la brutalidad empleada por los autores hace que algunos casos logren una mayor repercusión.
Es el caso de la decena de cuerpos que aparecieron colgados de un puente en el estado de Zacatecas en noviembre, del grupo de hombres masacrado a las afueras de un velorio en Michoacán a plena luz del día en marzo o de las seis cabezas que aparecieron sobre un vehículo en Guerrero a comienzos de abril.
Mientras tanto, es la población mexicana la que se ve obligada a convivir de manera regular con estos hechos, a veces a través de la televisión o en forma directa.
Y aunque muchos acaban por asumirlo con cierta normalización, expertos alertan de las graves consecuencias que esta violencia puede tener para la salud mental de los miles de mexicanos que están expuestos a ella.
Juan Manuel Quijada, médico psiquiatra y director general de los Servicios de Atención Psiquiátrica de la Secretaría de Salud del país.
¿Cómo diría que impacta la violencia sobre la salud mental de la población mexicana?
No es una novedad que en las últimas décadas México ha padecido un aumento en los niveles de las violencias, en plural, porque hay muchos tipos.
Lo que en nuestro país se ha llamado la guerra contra las drogas nos ha propiciado muchos casos de violencias, homicidios, abusos a los derechos humanos… Físicos, sexuales, psicológicos. Algunos suceden al interior de los hogares y otros afectan a comunidades enteras.
Ahora bien, las consecuencias para la salud y al bienestar no son deterministas, es decir, no todas las personas que son víctimas de violencia van a responder de la misma manera.
Cuando hablamos de trastornos mentales no hay un factor unicausal, pero está muy claro que la violencia es uno de los factores más importantes para desarrollar depresión, ansiedad, trastorno postraumático y otras agregadas como el abuso de alcohol, la alteración del sueño y el aumento en el comportamiento suicida en la población.
No podríamos decir que todos van a desarrollar uno de estos trastornos y, si lo hacen, la intensidad de la afectación dependerá de otros factores como la edad, el temperamento, y especialmente de los agentes de apoyo que tengan en su comunidad y en la familia.
¿Y cómo influye en esa intensidad el hecho de que la violencia sufrida sea casi diaria, como ocurre en algunas comunidades de México?
Es triste caer en el término de la «normalización». Sin embargo, muchas familias han sufrido por años o décadas situaciones violentas que han normalizado. Pero no por ello dejan de comportar un estrés.
El estrés crónico que produce la violencia continuada o un gran evento violento aumenta la producción de cortisol, lo que llamamos la hormona del estrés.
Y eso no solamente va a traer consecuencias a nivel de nuestra salud mental, sino también física.
¿Piensa que existe conciencia de que la violencia es muchas veces lo que está detrás de esos trastornos?
Es complejo.
Un buen tratamiento incluye irnos a la raíz, y es así donde en muchas ocasiones descubrimos que el origen tiene que ver con actos violentos vividos en la comunidad.
Muy pocas personas llegan a nuestros servicios de atención psiquiátrica diciendo: «Doctor, vengo porque este acto de violencia me ha perjudicado». No, acuden con síntomas como depresión, ansiedad o problemas para dormir.
Y de ahí nosotros ya vamos descubriendo que uno de los factores más importantes es esta violencia que se vive.
¿Cuál es el motivo para que no asocien esos síntomas a un episodio de violencia: es por desconocimiento, por no darle trascendencia, por miedo…?
Por todos esos factores.
Hay mucho estigma y mucho temor, porque se asocia a que uno tiene que decir de algún modo de dónde proviene esa violencia.
Y a veces eso significa señalar a un grupo criminal, o al esposo, o al familiar…
Algunos mexicanos se ven expuestos a episodios de violencia brutal, como puede ser el encontrar personas decapitadas o cabezas expuestas en plena calle de su ciudad. ¿Cómo es la recuperación tras un shock tan tremendo?
Depende mucho de la primera intervención.
Si actuamos rápidamente desde los centros de salud y a eso le sumamos que haya una red de apoyo familiar importante en su comunidad, el pronóstico va a ser muy bueno y puede pasar casi como un mal trago, un mal día, sin querer minimizar estos eventos en absoluto.
Pero si estas condiciones no existen y además la persona tiene otros factores previos como ansiedad o consumo de sustancias, las consecuencias para la salud mental y física de quien encuentra estas escenas de terror de gente descuartizada o decapitada pueden ser muy fuertes.
Es decir, que se desarrolle un estrés postraumático que requiera un tratamiento integral y multidisciplinario y que, aún así, la persona pueda quedar con una especie de secuela o una cicatriz para el resto de su vida por algo que le tocó presenciar solo por haber estado en el lugar y momento menos adecuados.
¿Le ha tocado intervenir en alguna situación concreta que pudiera enmarcarse en este escenario?
Tenemos el caso de comunidades enteras en Michoacán, en la zona de Aguililla, que recientemente fue recuperada por la Secretaría de Defensa. Pero hasta entonces, vivieron durante años una especie de secuestro por las disputas del crimen organizado y la población no podía salir.
La gente que vivía ahí me decía: «Doctor, yo no puedo salir porque tengo aquí a mis hijos y mi familia. Si salgo por víveres o por una situación médica, no sé si me van a permitir regresar». Y el puro estrés de mantenerse cautivos en su comunidad les generaba un estrés no solo individual, sino colectivo.
Y aún hoy, lo que les encontramos es ese estrés crónico, permanente, por lo que dicen «es que no sé cuanto va a durar esta situación sin violencia». Son pensamientos catastróficos, muy propios de un trastorno de ansiedad y mucho más como un trastorno por estrés postraumático.
Pero no solo hay esos grandes episodios de violencia. En zonas metropolitanas como CDMX pueden ser más frecuentes otros actos menores, como asaltos, que también impactan sobre la vida y salud de la población. Es como si la gente lo hubiera asumido como parte de su vida y solo es consciente de la ansiedad o estrés que le genera vivir así cuando viaja a otro lugar más seguro y siente la diferencia.
Resulta claro que muchas de las violencias cotidianas en el espacio público conllevan afectaciones físicas, económicas y emocionales. Existe además una socialización de la situación.
Cuando lamentablemente una persona es víctima de violencia (llámese acoso sexual, robo, asalto, etc.) se lo hace saber a los demás y crecen las sensaciones de inseguridad, de amenaza, de saber que uno o una está en peligro.
Entonces la gente comienza a tener reacciones de estrés y angustia con un fuerte impacto tanto en la salud mental como en la manera de vincularse con la comunidad.
La violencia en México puede haber aumentado los trastornos mentales, haberse normalizado y entrado en un estado de anestesia como barrera para que no nos afecte»
¿Cuán negativo es que se lleguen a percibir esas grandes situaciones de violencia como algo no excepcional?
No hay que olvidar que una situación de violencia es una situación de peligro.
Y de una manera muy primitiva, tenemos tres maneras de responder: huir, luchar, o la parálisis, que es como anestesiarnos frente a la violencia cotidiana como un sistema de defensa para preservar nuestra vida y nuestra salud.
Pondré otro ejemplo.
En 2019 tuvimos en Torreón a un joven de primaria que llevó un arma, mató a su maestra y se suicidó.
Era un joven que venía de una familia donde estaba normalizado el uso de armas. Así que llega un punto en el que, con toda normalidad, mete el arma a su mochila, va a la escuela y comete aquel acto violento.
Entonces sí, desafortunadamente, en México hay cierta normalización de la violencia pese a las consecuencias de salud mental que provoca.
Aunque es algo que puede sonar duro, realmente no se ve tan descabellado el calificar de «normal» algo que ves a diario, ¿no?
Claro, es que cuando tú has nacido en un ambiente así, es difícil poder diferenciar qué es lo normal.
Si siempre has vivido rodeado de violencia, vas a decir que eso es lo habitual: lo normalizas y te acostumbras.
En comunidades donde se sabe que hay violencia, en las que se escuchan sonidos y la gente de inmediato para sus orejas para saber si son cohetes de una fiesta o si es una balacera, eso ya te genera un estrés que, si es continuado y junto con otros factores, definitivamente va a provocar un problema en la salud mental.
Y cuando vives durante años en esa violencia constante, uno empieza a negligir, es decir, empieza a dejar de verla, a tener cierta ceguera o a normalizarla como manera de defensa. Pero esa violencia tiene que ser algo constante, casi permanente para que llegamos a pensar que así es la vida.
En esa parálisis o anestesia, el cerebro sufre lo que en términos de salud mental llamamos una especie de disociación ideo-afectiva que bloquee todos o la mayoría de receptores y sensaciones, precisamente para que no le hagan un efecto mayor al cuerpo. Lo dejan de lado para no sufrir más afectación.
Anestesiarnos frente a la violencia cotidiana es un sistema de defensa para preservar nuestra vida y nuestra salud”
Aunque cada vez se habla más sobre ello, la salud mental sigue siendo algo invisible para muchos. Y si en México hay tantas personas que no identifican la violencia como origen de su trastorno, supongo que será difícil tener una cifra que permita entender qué tan grande o frecuente es esta realidad.
No hay un dato duro, dado que la última encuesta en México donde se pretendía identificar el estrés post traumático se hizo en 2003.
Pero las estadísticas nos dicen que hasta el 30% de mexicanos van a padecer o han padecido un trastorno mental a lo largo de su vida y, a raíz del efecto covid, la prospectiva nos dice que podría llegar hasta el 40%. Y el factor de la violencia está metido ahí.
Desde luego que la violencia en México puede haber aumentado los trastornos mentales en las dos últimas décadas, puede haberse normalizado y entrado en un estado de anestesia como barrera para que no nos afecte.
Pero también hay ejemplos positivos.
En Ciudad Juárez, uno de los municipios que vivió más violencia durante la década pasada, la tasa de suicidio pasó de 8,9 en el año 2010 a casi 12 en 2017. Pero una vez que disminuyó la tasa de homicidios y actos violentos, también se vio cómo disminuía al mismo tiempo la tasa de suicidios.
Por último, ¿existe alguna pauta o recomendación sobre cómo gestionar esta violencia desde el punto de vista de la salud mental o para afrontarla de manera menos traumática?
Lo primero, desde luego, es hablar. Buscar a alguien que nos escuche. Segundo, denunciar es algo importantísimo para quien está viviendo violencia.
Para quienes están en esa situación, existe en México un número de ayuda que se llama La línea de la vida (800 911 2000), donde asesores expertos en temas de salud mental y consumo de sustancias ofrecen ayuda por teléfono: desde una contención en crisis de algún evento estresante que estén pasando ese día hasta una balacera u otro evento violento en la comunidad.
Los actos violentos están, de hecho, entre los cinco temas principales de petición de ayuda que recibimos en esa línea.
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